viernes, 14 de diciembre de 2007

Bibliopatías, Nuevas Tecnologías y un mundo obsoleto

{Publicado originalmente en el Clan teatral 'Teatro y pensamientos', de Netlog, el día 14 de Noviembre de 2007. Posteriormente también en Neurona.}


Decía en cierta ocasión mi amigo Emilio González Déniz, en su columna en un periódico de mi localidad, que una cosa era el amor a los libros, la bibliofilia, y otra la bibliopatía.
Yo enseguida me reconocí de la última.

Sin haber cumplido los 40 ya tenía más de 15.000 libros en mis (no voy a decir los estantes, porque realmente asomaban por donde quiera que se pasara). Podía prescindir de bienes materiales elementales, pero no de mis libros. Podía estar hoy aquí y mañana allá, pero siempre con mis libros. Llegué a autodefinirme como una especie de tortuga que tenía que mudarse lenta y pesadamente porque debía llevar siempre consigo su gran caparazón: mis libros.

Los regalé todos.

Pero es que cuando hablamos de libros, seguimos pensando en esos objetos con papeles impresos y encuadernados, con una cubierta en rústica, en pasta, o hasta en metal que llegué a tener.

En la actualidad mi pasión por el pensamiento y la creación expresados en palabras no ha decrecido, pero uso el soporte binario de las computadoras: libros digitales.

No hace mucho una novelista se puso en contacto conmigo para ofrecerme su primera novela recién publicada, cuyo precio editorial es bastante módico en España: 12 €.

Pero le tuve que contestar que, debido a mi actual minimalismo librero, yo estaría gustoso en abonar esa cantidad si lo que me vendía era una versión electrónica del mismo.

Sé que aún no es lo mismo leer en pantalla que sobre el papel. Y que el texto en hojas de impresora no ofrece los mismos placeres que leer en un libro bien encuadernado.
Aún así, no quiero más libros de papel en mi casa, salvo algunas contadísimas excepciones.

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Hace unos años no se encontraban en internet bastantes libros de la cultura clásica que ya están disponibles. Sin embargo, era posible ver y descargar de páginas normales un considerable surtido de libros que ya no se vuelven a encontrar, ni como descargas gratuitas ni de pago.

Hay una especie de involución en un sector del mundo editorial, que quiere aferrarse a un pasado ya superado tecnológicamente, y están secuestrando las copias electrónicas de libros del siglo XX, para mantener su comercialización en soporte papel.

Recuerdo que hace 5 años localicé varias de las ediciones electrónicas en español de piezas teatrales de Tenessee Williams. Por despreocupación, teniendo los textos en libro-papel, y con la seguridad de que con el tiempo crecerían en vez de disminuir no tuve la perspicacia de descargarlas.
Búsquenlas ahora.

Y aunque me indigna el precio abusivo que tienen las versiones electrónicas, apenas unos euros menos que la versión en papel, yo no rechazo la idea de pagar por una obra literaria digitalizada.

En fin, aún habrá que seguir soplando bastante fuerte para que el viento de la historia barra definitivamente a estas entidades reaccionarias y obsoletas, antiguamente vehículos transmisores y difusores de cultura, en la actualidad convertidas en organizaciones criminales que la secuestran.

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